lunes, 13 de junio de 2016

Creo en el perdón de los pecados

LECTURAS
2 Sam 11: 26-12: 10, 13-15
Salmo 32
Gálatas 2: 11-16, 20
EVANGELIO:  San  Lucas 7: 36-50

Creo en el perdón de los pecados (del Credo de los Apóstoles)

Un tema bonito, aunque difícil, el de hoy… Lo primero sería decidir si el concepto "pecado" constituye una categoría propia, sancionada por Dios y, por lo tanto, diferente de lo que los hombres podemos categorizar como "falta" o "delito". La respuesta cristiana, con base en la Biblia, es que SÍ y que la diferencia radica en el carácter permanente, desvinculado de la legislación humana, de aquellos comportamientos que la Ley de Dios define como "pecado".

Ciertamente, en el tránsito del Antiguo al Nuevo Pacto y, basándose en los ejemplos y las palabras de Jesús, los Apóstoles y la Iglesia Primitiva, decidieron -sabiamente- dejar a un lado la parte ceremonial y sacrificial de la Ley Judía (así como muchos "mandamientos" de carácter circunstancial y menor) al mismo tiempo que mantenían -con toda su fuerza prescriptiva- la Ley Moral, expresada netamente en los Diez Mandamientos entregados a Moisés (enseñanza ésta repetida y comentada por el propio Jesucristo, por ejemplo en Mateo 5: 17-20).

Para entrar en el estudio del pecado y en la gozosa proclamación de su perdón, por la obra redentora de Cristo, es esencial que definamos en primer lugar qué es el pecado.

La respuesta bíblica es neta y concluyente: "el pecado es la transgresión de la Ley de Dios" (1ª Juan 3: 4). Por diversos textos bíblicos primitivos podemos dar también otra definición:  "pecar es errar el blanco" (salir del camino y no alcanzar el objetivo). Estas dos definiciones están relacionadas: Dios nos muestra un tipo de conducta que lleva a la Gloria Eterna y que comunica vida abundante ya en este mundo: la conducta virtuosa y otro tipo de conducta que lleva a la Muerte Eterna y que aporta desgracias e infelicidad ya en esta vida: el pecado.

El doble pecado de David adulterio y homicidio, nos muestra bien a las claras la condición pecadora del ser humano. David era, por cierto, "el hombre conforme al corazón de Dios", como dice la Escritura en Hechos 13: 22). El pecado de David es juzgado por Dios y declarado merecedor de la muerte ¡por el propio pecador!

Sin embargo -y aquí entra en juego un nuevo factor- David reconoce su pecado y se arrepiente. El arrepentimiento es una muestra de la gracia de Dios operando en el corazón de los ya redimidos y "justificados" (aun antes de que ellos mismos sean conscientes…). Su arrepentimiento es aceptado por Dios, quien perdona su pecado, pero le impone unos castigos duros y ejemplares. Posteriormente, la misericordia de Dios se extiende hasta permitir que un hijo suyo y de Betsabé: Salomón, llegara a ser rey de Israel y Judá.

En cuanto al texto de Gálatas, seguiremos el criterio interpretativo de Martín Lutero: en el cristiano hay, efectivamente, dos personalidades que expresan, cada una de ellas, dos naturalezas:

  • La primera (y principal) es la que podríamos denominar nuestra "naturaleza espiritual": ella nos mueve a ser fieles cumplidores de la Ley y nos hace ser santos, con una santidad que es participación en la propia santidad de Cristo.
  • La segunda (subordinada a la anterior) es nuestra "naturaleza carnal" que no puede dejar de incurrir en múltiples pecados, los cuales no nos son imputados por la redención de Cristo, obrada a favor nuestro.

Es una situación verdaderamente paradójica que es la que permite explicar cómo una pecadora pública (siguiendo ahora el relato evangélico) es capaz -por la gracia de Dios- de alcanzar un mayor grado de justificación que el fariseo, demostrando que no existen hombres o mujeres justos, sino sólo hombres y mujeres "justificados" por la Gracia de Dios, operante en Cristo.


Elaborado por José Luis Mira Conca