lunes, 15 de febrero de 2016

Las pruebas de Jesús y nuestras propias pruebas

LECTURAS:
Deuteronomio 26: 1-11
Salmo 91: 9-15
Romanos 10: 8b-13
EVANGELIO:  San Mateo 4: 1-11

Jesús y las Tentaciones

Después del Bautismo, Jesús,  visiblemente señalado por el Espíritu Santo para la Misión Profética, e investido con la dignidad suprema de Hijo de Dios, es conducido al Desierto,  para ser confrontado con el Mal.  No hay para Él escapatoria, ni refugio en institución humana alguna que le ampare. En completa soledad debe enfrentar -desde la radical debilidad de su condición humana- las pruebas a las que todo hombre (y en especial todo cristiano) debe enfrentarse.

La primera tentación le confronta (nos confronta) con el horizonte de una vida en la que la satisfacción de los deseos (de todos los deseos, desde los más básicos a los más sofisticados) se convierte en motivación única.

Es una forma de vida que hoy vemos progresar y en la que la salud, la belleza, el sexo se han convertido en auténticas obsesiones.

Nada debemos negarnos. Cualquier "necesidad humana" debe ser satisfecha sin preocuparnos mucho o nada de su intrínseca moralidad o inmoralidad y de sus posibles consecuencias.

Ante este bombardeo de necesidades, deseos y caprichos, debemos hacer nuestra la respuesta de Jesús: "No solo de pan (de la satisfacción de los deseos) vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Y no debemos pensar que son las palabras de un "aguafiestas" o de un fanático. Lo que en realidad nos quiere decir Jesús son, fundamentalmente, dos cosas:

  • que las satisfacciones de este Mundo no pueden saciarnos espiritualmente
  • que la Palabra de Dios es lo que nos permite orientarnos en aquello que nos es lícito o conveniente.

En la segunda tentación se nos quiere advertir sobre el uso inadecuado de la Palabra de Dios, que puede convertirse en "tropiezo" para aquellos que la utilizan para fines espúrios (como un medio para lucrarse, para expandir el propio "ego" y dominar a los demás, etc) para quienes, despojados del Espíritu Santo, pretenden quitar o poner en ella según sus preferencias, o para aquellos que son incapaces de diferenciar entre "corteza" y "nuez" (entre lo que es expresión de una determinada época y cultura y lo que es propiamente el contenido esencial del mensaje).

En el episodio que hemos leido, el Diablo fuerza el sentido de lo que es una "consolación divina", convirtiéndolo en una invitación a ponernos en peligro.

En las palabras de Jesús: "No tentarás al Señor tu Dios", deberemos entender la invitación a un estudio profundo de las Sagradas Escrituras, que debe llevarnos a la adoración y al servicio de Dios y no a otras cosas.

En la tercera tentación se hace a Jesús y se nos hace a nosotros una llamada directa, con toda la potencia de seducción del Mal, para "pasarnos al lado oscuro".

Es la tentación reservada a aquellos que:

  • han logrado ejercer cierto (o mucho) autodominio sobre sus propios deseos
  • conocen suficientemente la Palabra de Dios.

Pero, sin embargo, no pueden (no podemos...) "cantar victoria".
Todavía somos débiles, todavía podemos ser humillados por la potencia seductora de nuestras propias pasiones: posiblemente las más escondidas, las más secretas.

Sólo Jesús pudo resistir a todas ellas.

La lección contenida en el pasaje no es que debemos "esforzarnos" hasta llegar a vencer igual que lo hizo Jesús. Esto es simplemente imposible. Por eso tuvo que venir Jesús: para cumplir perfectamente -por nosotros, por Su Pueblo, la Perfecta Ley de Dios y para sufrir la muerte vergonzante que merecíamos, que merecemos y que mereceremos, pese a todos nuestros esfuerzos.

Pero también es cierto que, desde la más profunda conciencia de nuestra debilidad, de nuestra insuficiencia radical para cumplir la Ley de Dios y superar cualquiera de estas "tentaciones"..., no debemos resignarnos a ser marionetas en manos de Satán.

En nuestro ser interno hemos cambiado de dueño. Ya no pertenecemos a Satán, pertenecemos a Cristo y a Él servimos,  esforzándonos en vivir una vida sobria y piadosa.


Elaborado por José Luis Mira Conca




Te convertiré en pescador de hombres

LECTURAS:
Jueces  6: 11-24
1 Corintios 14: 1-11
Salmo 85: 7-13
EVANGELIO: Lucas 5: 1-11

El milagro de Jesús


Jesús había iniciado su ministerio y recorría toda Galilea. Había comenzado por Nazaret,  donde se había criado, pero como vimos en las lecturas anteriores, Él mismo llegó a pronunciar allí la muy conocida denuncia: “Nadie es profeta en su tierra”. El reconocimiento de su pueblo, de las personas que le rodeaban y conocían desde niño, se mostraba difícil.

Sin embargo, en la mayor parte de Galilea el ministerio de Jesús progresaba. La gente se maravillaba por las cosas que hacía (sanaba enfermos y expulsaba demonios) y  buscaba a Jesús con apremio, queriendo también escuchar sus palabras.

En esta ocasión vemos a Jesús ante una multitud que demanda su atención y que quiere escuchar una vez más sus palabras, sus enseñanzas. Para conseguir ser mejor visto y oído, Jesús pide a Simón Pedro que le permita hablar desde una de sus barcas (pocos días antes Jesús había sanado a su suegra, por lo que ya conocía el poder de quién se convertiría en su Maestro). Pero Simón Pedro estaba cansado y también frustrado porque había estado toda la noche faenando junto con sus compañeros  y no había logrado ver fruto alguno a sus esfuerzos.

Quizá por esto, y porque le resultaba extraño que alguien ajeno a los trabajos de la pesca pudiera inmiscuirse en su trabajo, su reacción inicial fue de desconfianza ante el imperioso mandato de Jesús: "bogad mar adentro y echad vuestras redes".

Aunque pasaran muchas ideas negativas por sus mentes, lo más importante de la situación fue la reacción final de Pedro y sus compañeros; la cual se puede resumir en la palabra "obediencia”. Pedro, Jacobo y Juan (hijos de Zebedeo, el empresario judío que era  propietario de las barcas) después de lidiar con su cansancio y frustración, escuchan a Jesús, bajan la cabeza, y le obedecen.

La recompensa ya la conocemos. Dios es generoso con aquellos que ponen en Él su confianza y no hubo sitio donde poner la “gran cantidad de peces”, hasta el punto de quedar  impactados y sobrecogidos por el miedo al ver cómo los frutos del mar se multiplicaban prodigiosamente. Le escena final nos muestra a Pedro doblando sus rodillas ante Jesús y reconociéndose como un miserable pecador ante Él.

Pero Jesús, portador de las "Buenas Noticias de Dios", no viene a traer una enseñanza basada en establecer una distancia con Dios con un inmenso poder, sino en su cercanía y amor hacia todos los hombres y mujeres pecadores. En este relato, Pedro, Jacobo y Juan  son llamados a un nuevo ministerio espiritual, con una metáfora que ellos podían comprender perfectamente: "ser pescadores de hombres".

El relato del nuevo milagro de Jesús culmina con unas impresionantes palabras finales: "Trajeron a tierra las barcas y dejándolo todo le siguieron" (Lucas 5: 11). La intervención divina no sólo participó en la multiplicación generosa de los frutos del mar de una manera antinatural sino también en la aceptación al llamado de emprender un nuevo proyecto para el cual pudieron temer no sentirse preparados.

Los cristianos no somos llamados - necesariamente- a realizar estas palabras en una forma literal, pero sí a poner el seguimiento de Jesús por delante y por encima de cualquier otra circunstancia de nuestra vida.

Oración
Padre amado, tú conoces nuestros pensamientos, temores y frustraciones en esta vida terrenal que llevamos, agobiados por las necesidades del mundo que nos llevan a ninguna parte. Ayúdanos a centrarnos más en lo verdaderamente importante para nosotros como seres espirituales que somos y en seguir  tu Palabra. Danos fuerza para dejar de lado nuestros pecados, aprender de ellos y emprender una nueva vida centrada en Cristo y en sus enseñanzas. En el nombre de tu Hijo te lo pedimos y también te rogamos la ayuda del Espíritu Santo. Amén.

Elaborado por Lidia Gutiérrez
Colaborador: José Luis Mira Conca
Agradecimiento a D. José Luis Mira Conca por el aporte de sus ideas en pro de una mejor comprensión del texto.