martes, 28 de junio de 2016

Llamamiento a la misión profética: antiguo y nuevo pacto

LECTURAS:
1 Reyes 19: 15-16, 19-21
Salmo 16: 5-11
Gálatas 5: 1, 13 - 25
EVANGELIO:  San  Lucas 9: 51-62

Llamamiento y Ministerio Profético

En los textos que nos presenta la Liturgia (especialmente el de 1 Reyes y el Evangelio de S. Lucas) vemos que hay similitud (pero también algún grado de diferencia) entre el llamamiento y el ministerio profético de Elías y Eliseo y el que Jesús ejerce sobre sus apóstoles y posteriores discípulos.

En ambos casos, la recepción del espíritu profético (simbolizado en el caso de Eliseo por la cubrición con el manto de Elías) comporta una ruptura radical con su vida anterior. El nuevo profeta abandona su casa, su familia, su trabajo y consagra su vida al seguimiento de su Maestro y a su servicio.

En el episodio narrado por S. Lucas, la ruptura con la vida anterior es significada con expresiones incluso más radicales que en el caso anterior: el discípulo no puede volver ni siquiera a despedirse de su familia. Algunos exegetas lo explican en base al convencimiento de Jesús y sus discípulos de que el Fin de los Tiempos era inminente.

Pero, a continuación, el mismo texto nos propone una lectura alegórica en la que -sin perder fuerza expresiva- la frase adquiere un sentido más completo: "ninguno que, habiendo puesto su mano en el arado, mira hacia atrás es apto para el reino de Dios" (v. 62).

La lectura de Gálatas nos ofrece pistas muy significativas de lo que puede significar esa "radicalidad del ministerio profético" en la vida de los cristianos y cristianas de hoy dia.

No somos llamados -la mayoría no, desde luego- a poner y deponer reyes (o gobernantes de cualquier tipo) mediante la unción profética. Pero, obviamente, podemos y debemos implicarnos en la vida pública, denunciando todo aquello que consideremos incompatible con la honra y gloria de Dios y los verdaderos derechos del Hombre.

A lo que sí somos llamados, sin ningún lugar a dudas, es a una vida consagrada en la que las obras de la carne vayan siendo sustituidas (no sin encarnizada lucha) por los frutos del Espíritu.

Pedagogía de la Ira // Pedagogía del Amor

Una diferencia interesante entre el Antiguo y el Nuevo Pacto es el énfasis que ponía el primero en la "justa retribución" del pecado (y del pecador) mediante el desencadenamiento de la Ira de Dios (que era una de las prerrogativas del ministerio profético) y el énfasis que pone el segundo en lo que podríamos denominar "la pedagogía del amor".

Un ejemplo notable podemos hallarlo en la historia que se nos narra en los vv. 51-56. Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, no quiere, como primera opción, el castigo de pecador. Su intención es salvarlo: conducirlo del ámbito de las tinieblas al ámbito de la luz.

El castigo, si finalmente se produce, será más por el endurecimiento del pecador (y las malas consecuencias que conlleva) que por el desencadenamiento de la "ira de Dios".


Elaborado por José Luis Mira Conca




lunes, 13 de junio de 2016

Creo en el perdón de los pecados

LECTURAS
2 Sam 11: 26-12: 10, 13-15
Salmo 32
Gálatas 2: 11-16, 20
EVANGELIO:  San  Lucas 7: 36-50

Creo en el perdón de los pecados (del Credo de los Apóstoles)

Un tema bonito, aunque difícil, el de hoy… Lo primero sería decidir si el concepto "pecado" constituye una categoría propia, sancionada por Dios y, por lo tanto, diferente de lo que los hombres podemos categorizar como "falta" o "delito". La respuesta cristiana, con base en la Biblia, es que SÍ y que la diferencia radica en el carácter permanente, desvinculado de la legislación humana, de aquellos comportamientos que la Ley de Dios define como "pecado".

Ciertamente, en el tránsito del Antiguo al Nuevo Pacto y, basándose en los ejemplos y las palabras de Jesús, los Apóstoles y la Iglesia Primitiva, decidieron -sabiamente- dejar a un lado la parte ceremonial y sacrificial de la Ley Judía (así como muchos "mandamientos" de carácter circunstancial y menor) al mismo tiempo que mantenían -con toda su fuerza prescriptiva- la Ley Moral, expresada netamente en los Diez Mandamientos entregados a Moisés (enseñanza ésta repetida y comentada por el propio Jesucristo, por ejemplo en Mateo 5: 17-20).

Para entrar en el estudio del pecado y en la gozosa proclamación de su perdón, por la obra redentora de Cristo, es esencial que definamos en primer lugar qué es el pecado.

La respuesta bíblica es neta y concluyente: "el pecado es la transgresión de la Ley de Dios" (1ª Juan 3: 4). Por diversos textos bíblicos primitivos podemos dar también otra definición:  "pecar es errar el blanco" (salir del camino y no alcanzar el objetivo). Estas dos definiciones están relacionadas: Dios nos muestra un tipo de conducta que lleva a la Gloria Eterna y que comunica vida abundante ya en este mundo: la conducta virtuosa y otro tipo de conducta que lleva a la Muerte Eterna y que aporta desgracias e infelicidad ya en esta vida: el pecado.

El doble pecado de David adulterio y homicidio, nos muestra bien a las claras la condición pecadora del ser humano. David era, por cierto, "el hombre conforme al corazón de Dios", como dice la Escritura en Hechos 13: 22). El pecado de David es juzgado por Dios y declarado merecedor de la muerte ¡por el propio pecador!

Sin embargo -y aquí entra en juego un nuevo factor- David reconoce su pecado y se arrepiente. El arrepentimiento es una muestra de la gracia de Dios operando en el corazón de los ya redimidos y "justificados" (aun antes de que ellos mismos sean conscientes…). Su arrepentimiento es aceptado por Dios, quien perdona su pecado, pero le impone unos castigos duros y ejemplares. Posteriormente, la misericordia de Dios se extiende hasta permitir que un hijo suyo y de Betsabé: Salomón, llegara a ser rey de Israel y Judá.

En cuanto al texto de Gálatas, seguiremos el criterio interpretativo de Martín Lutero: en el cristiano hay, efectivamente, dos personalidades que expresan, cada una de ellas, dos naturalezas:

  • La primera (y principal) es la que podríamos denominar nuestra "naturaleza espiritual": ella nos mueve a ser fieles cumplidores de la Ley y nos hace ser santos, con una santidad que es participación en la propia santidad de Cristo.
  • La segunda (subordinada a la anterior) es nuestra "naturaleza carnal" que no puede dejar de incurrir en múltiples pecados, los cuales no nos son imputados por la redención de Cristo, obrada a favor nuestro.

Es una situación verdaderamente paradójica que es la que permite explicar cómo una pecadora pública (siguiendo ahora el relato evangélico) es capaz -por la gracia de Dios- de alcanzar un mayor grado de justificación que el fariseo, demostrando que no existen hombres o mujeres justos, sino sólo hombres y mujeres "justificados" por la Gracia de Dios, operante en Cristo.


Elaborado por José Luis Mira Conca




sábado, 11 de junio de 2016

Jesús y el Nuevo Templo de Dios

LECTURAS;
1 Reyes 8: 22-30, 41-43
Salmo 96
Gálatas 1: 1-10
EVANGELIO:  San  Lucas 7: 1-10

Jesús y la Fe del Centurión

En el Tiempo Ordinario (después de Trinidad) la Liturgia nos embarca en un recorrido amplio a través de las enseñanzas de Jesús y de sus acciones llenas de poder, como sucede en el pasaje evangélico de hoy.

Dios prometió a David que "le permitiría" construir una Casa (el Templo de Jerusalén) edificado efectivamente por su hijo Salomón y que tantas vicisitudes ha experimentado a lo largo de la Historia…. Pero en la promesa hay también el anuncio de un descendiente suyo que reinaría para siempre, así como una misteriosa afirmación: "seré para él  como padre y él me será para mí un hijo" (1 Crónicas 17:13) que obviamente los cristianos interpretamos, con visión profética, como una alusión a la filiación divina de Jesucristo.

La lectura de 1 Reyes nos garantiza, en base al pacto de Dios con David y con su hijo Salomón, que el Templo será el lugar de una presencia privilegiada de Dios: para escuchar la oración de su Pueblo, para perdonar sus pecados, para sanar sus dolencias, etc. Y también para acoger, en igualdad de consideración, "al extranjero que no es de tu pueblo Israel y viene de lejanas tierras a causa de tu Nombre" ( v. 41).

Por eso, no nos debería extrañar la acogida de Jesús al centurión romano, un prosélito que ama y confía en el Dios de Israel, el único Dios verdadero (pudiéndose considerar los "otros dioses" como fragmentarias y, muchas veces, arbitrarias representaciones de algunos de sus atributos).

Es en este contexto de acogida, en el que Jesús alaba la fe del centurión romano, mucho mayor que la de los israelitas. Este episodio nos debe  llevar a considerar los signos de Dios, que en bastantes ocasiones entran en contradicción con nuestros criterios humanos. No sólo - evidentemente - en los Evangelios, sino también en nuestras propias vidas.

A ello deberíamos también unir la advertencia contenida en Gálatas1-10, en el sentido de que no debemos buscar la aprobación de los hombres, sino la de Dios.

De todo ello se deduce que el creyente debe, para ser siervo de Cristo, recorrer caminos que, en bastantes ocasiones, resultarán incomprensibles a los ojos de los hombres, pero contando siempre con la promesa de que en ellos se harán visibles las maravillas de Dios.


Elaborado por José Luis MiRA Conca