lunes, 31 de octubre de 2016

Es Cristo que Pasa

Estar con Nosotros

Para la mayoría de los cristianos (por no decir para la totalidad) Cristo es Alguien que ha pasado -en algún momento- por sus vidas, puede que en la figura de un amigo, o de alguno de sus padres, o quizá de algún profesor o maestro.

Puede que esa persona no se haya manifestado claramente como cristiano ante nosotros,  pero -sin duda- en sus palabras…, en sus acciones o carácter…., algo en él, o en ella, actualizaba la gracia de Dios para con nosotros, nos inspiraba…, nos señalaba una meta…

Copio a continuación las palabras de un autor cristiano sobre este tema:

Sin gran dificultad podríamos encontrar en nuestra familia, entre nuestros amigos y compañeros, por no referirme al inmenso panorama del mundo, tantas otras personas más dignas que nosotros para recibir la llamada de Cristo. Más sencillos, más sabios, más influyentes, más importantes, más agradecidos, más generosos.
Pero (….) nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia. Dios suele buscar instrumentos débiles, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya (….).
Y todo ello….sin que haya mediado mérito alguno: porque en la base de nuestra vocación están el conocimiento de nuestra miseria: la conciencia de que las luces que iluminan el alma —la fe—, el amor con el que amamos —la caridad— y el deseo por el que nos sostenemos —la esperanza—, son dones gratuitos de Dios. Por eso, no crecer en humildad significa perder de vista el objetivo de la elección divina: la santidad personal.

En el pasaje evangélico que hemos compartido -así como en otros similares, tales como el llamamiento de los futuros apóstoles o la cena de Emaús - vemos como Jesús se hace el encontradizo y  entra en sus vidas casi "sin pedir permiso".

La respuesta de los que llegaron a ser apóstoles fue realmente generosa: "lo dejaron todo y le siguieron" (Mc 1: 14-20) . En el caso de Zaqueo (que no fue apóstol pero sí discípulo…) la Escritura nos dice que "dio la mitad de sus bienes a los pobres y devolvió -multiplicado por cuatro- lo que había defraudado". Lc 19: 8 )

Pero no siempre fue así (recordemos el caso del joven rico y el de aquellos que se aproximaban a Jesús pero pronto se alejaban, escandalizados de la radicalidad de sus enseñanzas).

Esto debe servirnos como advertencia: si Cristo - de alguna manera - se acerca a nosotros, no debemos dejarle pasar de largo. Como dice Apocalipsis 3:20:"Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo".

Y todo ello, acompañado de una magnífica promesa: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20).

Y en ese "estar con nosotros" podemos hallar no sólo la paz que ansía nuestra alma, sino también toda una serie de dones espirituales que nos harán crecer humana y espiritualmente y habrán de ser la base sobre la cual se edificará su Iglesia.


Elaborado por José Luis Mira Conca


sábado, 29 de octubre de 2016

Meditacion sobre el Santo Evangelio Lucas 18

Justicia y Justificación

Podríamos hacernos otras preguntas sobre esta parábola, pero quiero centrarme en las tres siguientes:
- ¿Cómo evitar un cierto sentimiento de superioridad cuando hacemos cosas (buenas) que los demás no hacen, o no hacemos cosas (malas) que los demás sí hacen?
- ¿Por qué el fariseo no debía sentirse orgulloso de ser bueno?
- ¿Por qué era malo (reprobable) a los ojos de Jesús que el fariseo se creyera bueno?

En el fondo…, todo se reduce a una misma y única pregunta: ¿Por qué no debemos vanagloriarnos de ser buenos? (incluso aunque sólo sea a nivel de pensamiento…).

La contestación, hoy día, seguramente la enfocaríamos en forma comparativa: NO NOS PODEMOS ENORGULLECER DE SER BUENOS….PORQUE NO SABEMOS LAS CIRCUNSTANCIAS QUE EXPLICAN LA "MALA CONDUCTA" DE NUESTRO PRÓJIMO. A LO MEJOR…NOSOTROS HEMOS TENIDO MEJOR EDUCACIÓN…, UNOS PADRES MÁS ATENTOS Y RESPONSABLES, ETC, ETC. Hoy día somos especialmente sensibles a aquellos argumentos que enfatizan la desigualdad entre las personas y las posibles consecuencias en sus comportamientos, etc.
Pero el enfoque del propio Evangelio (versículo 14b) y la de la Sagrada Escritura en general, es otra: no se trata de una cuestión "de circunstancias";  se trata de dos formas diferentes de relacionarse con  Dios: la del soberbio y la del humilde.

¿ Cuál sería entonces la contestación apropiada?
La Sagrada Escritura es muy explícita al respecto:
Romanos 3: 10: "Como está escrito: no hay justo, ni aún uno"
Hechos 3: 14(a): "Pero vosotros negasteis al Santo y al Justo ..."
1 Juan 2: 1-2: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo".

Si esto es verdad ¿en qué basaba la vanagloria del fariseo? Su justicia era aparente e insuficiente, porque no la recibía de los demás, ni tampoco del Único Justo (Jesucristo) sino que dependía de su propia opinión en último extremo (S. Lucas 18: 11).

Además de una lección de humildad (versículo 14b) también podemos sacar a la luz una enseñanza profunda acerca de la JUSTICIA y la JUSTIFICACIÓN, un tema básico en los debates que propició la Reforma Protestante.

La idea general es que -como hemos dicho- NO HAY NINGÚN SER HUMANO JUSTO (excepto Jesucristo) EN TÉRMINOS ABSOLUTOS.

Entonces…., cuando la Biblia nos dice que tal o cual persona….era justa (por ejemplo José, el esposo de María, en Mateo 1:19) ¿a qué se refiere?

En éste y en otros casos (especialmente en el Antiguo Testamento) la Biblia considera JUSTAS a determinadas personas, en base a la fe que tenían en Dios: una fe activa que les llevaba a "caminar" en su seguimiento. Una fe que guiaba su forma de actuar…..que en general era según la LEY pero que, en algunas circunstancias, incluso iba más allá de lo que la propia Ley mandaba (el caso de José es ilustrativo).

En el Nuevo Testamento (ya en los Evangelios…) se emplea más el término JUSTIFICADO y JUSTIFICACIÓN para aludir a aquellas personas que, conscientes de su incapacidad para ser totalmente justos y -por tanto para vanagloriarse de ello- se acercan con humildad a Jesús, reconociéndole como el MODELO del hombre justo, que ya había propuesto el Antiguo Testamento.

El mensaje de fondo siempre es -en el fondo- el mismo: la verdadera justicia está en las motivaciones de nuestro corazón. No vale la "conformidad externa a la Ley de Dios" si no va acompañada de las actitudes interiores correspondientes. Dios quiere nada más y nada menos que ganar nuestro corazón y, desde allí, iluminar toda nuestra vida y transformar el mundo.




Elaborado por José Luis Mira Conca


lunes, 3 de octubre de 2016

La Fe que Agrada A Dios

LECTURAS:
Habacuc 1: 1-6; 12-13//2:1-4
Salmo 37: 1-12 2
Timoteo 1: 1-14
EVANGELIO: San Lucas 17: 5-10

Inspira y orienta

La fe que agrada a Dios no es, por supuesto, la fe de los incrédulos (que no la tienen) ni la fe de los demonios, que saben de Dios, pero  no le honran ni le obedecen.

La fe que agrada a Dios es la que inspira y orienta la vida de los verdaderos creyentes y les mueve a realizar buenas acciones, dando testimonio de Jesús.

Los textos que hoy nos propone la Sagrada Escritura, añaden algunas características remarcables que vamos a tratar de sintetizar a continuación.

ES UNA FE ASENTADA EN LO INVISIBLE: si tuviéramos que creer sólo en base a lo que vemos, sin duda nos desanimaríamos: el mal y la violencia campan a sus anchas y  muchas veces los buenos (o los "menos malos") son afligidos por verdaderos malvados.

ES UNA FE PACIENTE: el verdadero creyente no desespera ante estas "realidades". Confía firmemente en que -a su debido tiempo- Dios hará justicia: los buenos (o menos malos..) serán corregidos y los malvados (o en todo caso las estructuras de poder que han creado) serán aniquilados. Como dice el v. 12 del Salmo 37: "los mansos heredarán la tierra".

ES UNA FE OSADA: Jesús nos exhorta - en el lenguaje figurativo y superlativo empleado por los judíos- a ser atrevidos, imaginativos y aún "exagerados" en nuestras peticiones, hechas en oración, y en los proyectos que - en su Nombre y bajo su Voluntad- decidamos emprender, asegurándonos la ayuda de Dios.

ES UNA FE HUMILDE Y DESINTERESADA que no pide otra recompensa que la que ofrece el propio servicio (….).

Finalmente..ES UNA FE QUE SE FORTALECE EN LA SEGURIDAD DE NUESTRA ELECCIÓN. No tenemos Fe en Dios (y menos aun en Jesucristo…) porque hayamos sido "buenos", o porque la hayamos merecido por algo que Dios haya previsto que haríamos.
Hemos recibido un llamamiento que nos coloca en una posición especial ante Dios (la de aquellos que tienen verdadera fe) y que -al mismo tiempo que nos da confianza en llegar a la meta- nos plantea tareas y nos capacita para realizarlas ¡a mayor gloria de Dios y para el servicio de los hombres y mujeres, nuestros hermanos!

El testimonio de nuestras buenas obras, hechas desde la fe en Jesús será lo que verdaderamente evangelice al Mundo.


Elaborado por José Luis Mira Conca


El Desafio Permanente del Testimonio Cristiano

El Testimonio Cristiano de la Iglesia

Se diría que hacer mención hoy del “testimonio cristiano” de la Iglesia conlleva en sí un gravísimo riesgo: emplear, de entrada, un nombre que no es bien comprendido. La razón es muy simple. Se trata de un concepto tan manido, tan gastado desde hace siglo y medio, e incluso del que se ha abusado tanto en ciertos medios religiosos contemporáneos, que, o bien ya no significa nada, o bien se le atribuyen sentidos completamente ajenos a su propósito original. Si algún día un estudiante universitario de las especialidades de lengua española o de lingüística general quisiera hacer de éste un tema de estudio semántico, sin duda elaboraría una bonita e interesante tesis doctoral.

Lo cierto es que, en el libro de los Hechos de los Apóstoles 1:8, resuenan claras las palabras del Señor Jesús cuando dice: me seréis testigos. Con lo que él mismo define sin mayores complicaciones en qué consiste el testimonio de la Iglesia, es decir, del conjunto de fieles cristianos: estamos llamados a ser testigos suyos, de él, de su persona, sus enseñanzas y sus hechos portentosos, o sea, de cuanto él es, significa y representa para nosotros y para todo el conjunto de los seres humanos. Dicho de otro modo: no somos testigos de una idea filosófico-teológica más o menos genial, de un conjunto de doctrinas o de dogmas mejor o peor estructurado, de una noción moral más o menos elevada, o de un programa sociopolítico más o menos ambicioso. Somos testigos de Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Tal es el alcance y el límite de nuestro testimonio cristiano.

El reto que ello nos impone es de esos que hacen temblar cielos y tierra. Estamos en este mundo para que nuestros parientes, vecinos, amigos, conocidos, conciudadanos y todos cuantos englobamos en el concepto genérico de “prójimo” vean, entiendan o perciban que tenemos algo que compartir acerca de Jesús. Es decir, que tal como enfoquemos a Jesús, así lo proyectaremos. Y aquí reside la clave del problema: ¿cómo entendemos a Jesús? ¿Quién es él para nosotros? Los escritos sagrados del Nuevo Testamento lo presentan siempre de manera harto positiva: Señor, Salvador, Redentor, Sumo Sacerdote, Rey, Príncipe de Paz, Buen Pastor, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, vale decir, una serie de imágenes a cuál más enriquecedora de Alguien que tiene como finalidad suprema de su existencia bendecirnos y redignificarnos. Incluso en aquellos pasajes de los Evangelios o del Apocalipsis en los que aparece más indignado (¡y con razón!), su misión es redentora: la justicia de Dios siempre reivindica a su pueblo, nunca se muestra como una simple venganza o un vulgar ajuste de cuentas.

No nos extrañe en absoluto, por tanto, que, desde hace casi veinte siglos exactos, el Nuevo Testamento, los Padres de la Iglesia, los grandes teólogos medievales, los Reformadores y los pensadores cristianos contemporáneos hayan hecho tanto hincapié en la Theologia Crucis (“la Teología de la Cruz”), enfocando el sacrificio supremo de Cristo a la luz de su Resurrección y de su victoria.

El mejor testimonio que la Iglesia hoy puede dar acerca de su fe no es, por tanto, una violenta apología contra nadie, ni tampoco un moralismo estricto que ignore las crudas realidades humanas. Y por supuesto, no tiene nada que ver con catastrofismos a la carta ni con tomas de postura radicales frente a modas o ideas pasajeras. Estamos aquí para proclamar a Cristo, es decir, para transmitir esperanza, cariño, comprensión y paz, lo que todos necesitamos, creyentes y no creyentes. De lo otro, ya hay demasiado y demasiados que lo difunden sin parar.

Si nuestra parroquia hace de cada culto dominical, en su liturgia, su exposición de la Palabra y su práctica sacramental; de cada estudio bíblico impartido y de cada acción social de ayuda a los necesitados, un anuncio del Jesús que viene a las vidas de los hombres para traer esas bendiciones, habrá cumplido con creces con su cometido en la ciudad de Alicante y su área de influencia.


Tomado del Mensaje del Pastor
Elaborado por Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga