domingo, 6 de julio de 2014
Himno de exultación
LECTURAS
Zacarías 9:9-12
Salmo 145:8-14
Romanos 7:21-8:6
Mateo 11:25-30
En la lectura del profeta Zacarías nos encontramos con un Dios que viene a los suyos para manifestar su poder salvador. Su presencia es humilde, va montado en un asno. Este texto es muy diferente de otros del Antiguo Testamento en que Dios aparece como guerrero que destruye a sus enemigos. Es citado el versículo 9 por los evangelistas Mateo y Juan hablando del recibimiento que hicieron a Cristo en Jerusalén al final de su vida pública. Jesús representa a un Dios pacífico que trae paz a los hombres.
San Pablo nos confiesa algo que corresponde a su experiencia y también a la experiencia de todos los hombres: ver la tendencia al mal en uno mismo y percibirla como insuperable, lo que lleva a la angustia de la desesperación. La parte positiva de esa desesperación es que conduce a la entrega a Cristo, el único en quien el mal puede ser superado. Cuando uno vive en Cristo el Espíritu se convierte en: primero, su libertador, segundo, su guía. La vida en Cristo y en su Espíritu es una vida opuesta a los intereses carnales.
El fragmento de Mateo es lo que se ha llamado el “himno de exultación”. Cristo exulta de alegría porque el Padre se revela a los pequeños e ignorantes. Cristo no alaba la ignorancia en sí, pero sí alaba la humildad y disponibilidad de los ignorantes para acoger el don de Dios. Los sabios se sienten muchas veces autosuficientes, como los ricos, y por eso se oponen con tanta frecuencia al don de Dios. Si Cristo habla así es porque tuvo que tener alguna experiencia negativa con este tipo de personas. En este texto tenemos una manifestación, al menos parcial, de la “Trinidad”, cuando Cristo habla del Padre y del Hijo que viven una comunión y conocimiento mutuo. A esto hay que unir la unión de Cristo con el Espíritu que se muestra en el fragmento de la epístola a los Romanos que hemos leído. El Padre, Cristo y el Espíritu actúan juntos en la salvación de los hombres.
Es muy reconfortante la parte del final, cuando Cristo nos invita a confiar en él, a seguirlo, a imitarlo, y nos anuncia el alivio, la alegría y la dulzura que eso nos traerá. En este texto pueden basarse algunas devociones que se han dado en diferentes ramas del cristianismo, como, dentro del catolicismo romano, la del Corazón de Jesús. O, dentro de la ortodoxia, la invocación a Cristo como Hijo de Dios y como misericordioso. “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pobre pecador”. Cuando amamos a Cristo, estamos cada vez más vinculados a Él y nos parecemos cada vez más a Él. En este sentido, una jaculatoria que me gusta mucho es ésta: “Señor, haz mi corazón semejante al tuyo.”
Elaborado por Javier Moreno