ENFRENTARSE AL PECADO: LA ESTRATEGIA DE DIOS
Éxodo 20: 1-17
Salmo 19: 7-14
Romanos 7: 13-25
EVANGELIO: San Juan 2: 13-22
La Revelación de la Voluntad de Dios a través de los Diez Mandamientos entregados a Moisés, constituye el corazón de la Ley y es en sí una buena noticia.
Los Mandamientos del Señor, como tantas veces se nos recuerda en los Salmos, y de modo evidente en el que hemos recitado (Salmo 19) iluminan nuestros pasos y son motivo de alegría interior cuando los reconocemos como tales e intentamos cumplirlos.
Y aquí viene el reverso de la moneda. El Apóstol Pablo nos recuerda -con claras e incisivas palabras- que no está en nuestra mano el cumplirlos todos de una manera perfecta y -más aún- que en nuestro corazón y voluntad hay un enemigo escondido que nos induce a quebrantarlos (la "carne", en terminología paulina).
De ahí que la condición humana sea muy problemática, porque en cualquier área de la vida que queramos considerar, se halla sometida a dos fuerzas antagónicas que escinden nuestra voluntad y nos impiden poseer la rectitud, la "santidad", exigida por Dios para poder estar en su presencia.
¿Cuál es entonces la diferencia entre el justificado o redimido y el perdido?
Pues que -en realidad- sólo el primero es verdaderamente consciente de esta contradicción, por cuanto es el único que desea ser "perfecto" y someterse voluntariamente a la Ley de Dios.
Algunos autores han sostenido que, si se diera a un verdadero cristiano la posibilidad de renunciar a este mundo (y a los placeres perversos que implica el pecado) a cambio de estar inmediatamente con Cristo, no lo dudaría por un momento: elegiría estar ya con Cristo.
Por lo tanto, el cristiano cuando peca lo hace más por impotencia o debilidad que por verdadero deseo de pecar.
Por el contrario, el perdido sólo se refrena por las leyes y convenciones humanas. No peca más, no porque no lo desee, sino porque tiene miedo de las consecuencias. Si pudiera hacerlo sin castigo no dudaría en seguir indiscriminadamente todos sus deseos.
Por supuesto que no está dispuesto a renunciar a cosa alguna de este Mundo por estar con Cristo, porque -para empezar- ni le ama ni le conoce: para él o ella sólo es un personaje histórico más, cuando no una invención humana para fastidiarle "la fiesta".
Deberíamos ahora preguntarnos ¿qué es entonces lo que saca en claro el cristiano de su condición como redimido?
Pues....algo muy importante: la limpieza y renovación de su conciencia por obra de la pura Gracia de Dios. Es decir: aunque el cristiano es muy consciente de ser un pecador incorregible, o difícilmente corregible, su acogimiento de la oferta de Salvación en Cristo Jesús le hace disfrutar de una buena conciencia para con Dios, día a día, minuto a minuto.
Bien es verdad que episodios como el de Jesús expulsando a los mercaderes del Templo, nos invitan a pensar que Dios no se conforma con una conversión "sólo de labios" y que la conversión del corazón (metafóricamente representada por la purificación del Templo) requiere de un constante acercamiento al Dios vivo que se opera por medio de la oración.
Sólo así podremos ir adquiriendo algo de esa "santidad" que se requiere para estar en la presencia de Dios.
Elaborado por José Luis Mira Conca