domingo, 16 de febrero de 2014

El amor hacia los enemigos


La lectura del Santo Evangelio para hoy, nos da un título de impacto: “El amor hacia los enemigos”.  Fácil es amar a nuestros amigos. Fácil es amar a nuestros hermanos (parientes o compañeros). Menos fácil es amar a nuestro prójimo, sin hacer distinción. Pero que… ¿amemos a nuestros enemigos? ¿Qué quiere decirnos Jesús?

En este pasaje, posterior a las bienaventuranzas, Jesús confronta al pueblo judío que le escucha en sus presentaciones y para ello utiliza dos contrastes importantes:

1. “Amar a quienes os aman, ¿no hacen esto los publicanos?”
¿Quiénes son los publicanos para el pueblo judío de aquella época? Imaginemos por un momento el ambiente donde se desarrolla la enseñanza. El pueblo judío está bajo el poder de los romanos. Técnicamente,  el publicano es el “funcionario” encargado de recaudar los impuestos (que eran muchos) que el pueblo debía pagar al gobierno de Roma. Emocionalmente, los publicanos eran personas indeseables porque hacían más y más pobres al pueblo.  Jesús confronta la actitud del judío con el comportamiento de esa “persona indeseable”. ¿Sois capaces de amar a quienes os aman? ¡Eso también lo hacen los publicanos! ¿Qué es lo diferente en vosotros, que sois el pueblo de las promesas y el pueblo apartado de Dios?

2. “Saludar a vuestros hermanos, ¿no hacen esto los gentiles?”
¿Quiénes eran los gentiles para el pueblo judío? Gentiles o paganos (como también se reconocen) eran las personas que no eran judíos. Entendemos por judíos a quienes profesan la religión judía. Etimológicamente, los gentiles eran las personas que habitaban en el campo, lejos de las ciudades. Históricamente, tardaron en hacerse cristianos porque el mensaje de Cristo que era oral y de persona-a-persona tardó más en llegarles. De allí que también se les conoce como “no cristianos” o paganos. Me imagino que para el judío que recibe esta enseñanza directa  de Jesucristo y se siente comparado con una persona que no es judía, se siente afectado en su orgullo. ¿Vais a saludar a vuestros hermanos? ¿Vais a relacionaros sólo judíos con judíos? ¡Eso también lo hacen quienes no lo son! ¿Cuál es el mérito que puede tener este comportamiento en vosotros, el pueblo escogido por Dios?

Así que Jesús, en resumen, estremece el corazón de sus “escuchas”, comparando su comportamiento con el comportamiento de “personas indeseables” y “personas ajenas” a sus leyes y principios.

Podríamos decir que el método que emplea Jesús en esta ocasión se basa en el “aprendizaje doloroso”. La “teoría del aprendizaje doloroso” dice simplemente que todo aprendizaje es doloroso porque tenemos que sustituir o modificar, lo que ya hemos aprendido antes, y esto no es fácil: arrancar o remover algo que ya forma parte de nosotros para poner en su lugar algo nuevo o renovado.

¿Vais a seguir comportándoos como los publicanos (“personas indeseables”)  o como los gentiles (“personas extrañas”)?  Jesús pregunta: ¿Cuál es el mérito de esto para quienes profesan la religión judía?, ¿qué hacéis de manera especial en esto?

Pero, no nos quedemos solamente con estas ideas de confrontación. Jesús también propone un cambio profundo en el pueblo judío y les enseña cómo lograrlo, con una estructura de significados así:


Él es el Maestro: no os conforméis sólo con comportamientos similares a publicanos o gentiles. Él no vino para desechar las leyes que ya estaban establecidas en el pueblo judío desde la antigüedad.  No está diciendo “descartad eso que aprendisteis de vuestros padres y abuelos, y echarlo a la basura”. 

Entonces, ¿qué propone Jesús que hagamos? Que seamos como nuestro Padre que está en los cielos. Que seamos “santos”, que en sentido bíblico significa “especialmente relacionados con Dios”, que tengamos una relación especial con Dios, apartados del mundo y de lo que está contaminado. Que vivamos en la búsqueda de la perfección, como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto: “que hace salir su sol sobre malos y buenos, que hace llover sobre injustos y justos”. Esto quizás sea la clave de la lección que quiere darnos Jesús: ”sin distinciones”.

A continuación voy a presentaros una semejanza de lo que entiendo es el “camino del cristiano” con el “salto con pértiga del atleta”: Cuando a la edad de los 18 años, elegí ser bautizada y decidí seguir a Cristo (es decir, ser seguidora de Jesucristo y de sus enseñanzas), era una joven expectante con el futuro por delante, de familia cristiana protestante por varias generaciones… y que no sabía muy bien con lo que me iba a encontrar en este camino. La vida me ha hecho relacionar el camino del cristiano con el entrenamiento “constante” y “perseverante” del atleta. Por ejemplo, no podemos pretender que el atleta principiante pueda dar su mayor salto la primera vez que se sostiene con la pértiga.  Ni tampoco podemos aspirar que el atleta principiante pueda dar el salto sin la pértiga.  Gracias a la práctica del día a día, gracias a la constancia y perseverancia al abordar cada desafío de la altura del salto, gracias al estudio de las leyes físicas para el movimiento del cuerpo, gracias a una buena pértiga (esa vara flexible y fuerte que le permite dar el impulso en la dirección adecuada), el atleta aprende y progresa en su entrenamiento.

El cristiano no tiene que tener un “comportamiento ejemplar” en la sociedad para ganar su salvación. La Reforma impulsada por los precursores desde mil trescientos y tanto, luego por Lutero, después por Calvino, nos ayuda a “fabricar” nuestra mejor “pértiga”: hemos sido justificados por la fe y no por nuestras obras. El cambio en la conciencia del hombre occidental del centro y norte de Europa gracias a los reformistas, forma también parte de “nuestra mejor pértiga”.  Estamos en el camino correcto y Jesús nos dice que mejoremos con nuestro entrenamiento.

El planteamiento radical que nos propone Jesucristo, y que mueve nuestras conciencias, nuestra manera de ser y de actuar, nuestra manera de relacionarnos con nuestro prójimo sin hacer distinción entre ellos, es este: “Sed santos, sois Templo de Dios y el Espíritu Santo mora en vosotros”. Es un cambio desde dentro, es un cambio interno de “yo con Dios”, únicamente con Jesucristo como intermediario.

Seamos santos, sigamos a Cristo, no para nuestra salvación que ya está comprada, sino para ser como nuestro Padre que está en los cielos.

Oración
Señor, ayúdanos a progresar en nuestro andar cristiano.
Ayúdanos a dar nuestro “gran salto” de “amar a nuestros enemigos”.
Te rogamos la bendición para quienes nos maldicen, te pedimos tengas misericordia de quienes nos persiguen, te suplicamos que guíes a quienes nos desafían con pleitos y enfrentamientos que no llevan a ninguna parte. Todo esto te lo pedimos en el nombre de Jesucristo. Amén.


Elaborado por Lidia Gutiérrez Borobia